Los partidos políticos representados en el Congreso tienen que asumir su responsabilidad en la grave crisis generada en los últimos días, que ha dejado muy mal parado al Poder Legislativo y crea serios riesgos para la gobernabilidad democrática.
¿Cómo es posible que, por deleznables ambiciones personales para presidir la mesa directiva, se haya echado por la borda el trabajo de varios meses? ¿Dónde quedan los consensos y compromisos previos de los voceros para debatir y aprobar trascendentales leyes y reformas constitucionales?
Lo peor de todo es que el Congreso continúa en una situación de grave entrampamiento, en que no se vislumbra aún una salida, pues ni siquiera se han puesto de acuerdo sobre los temas prioritarios para la Comisión Permanente ni para la próxima legislatura, lo que significaría la negación de la institución parlamentaria.
¡Tal situación no puede continuar!
El Parlamento es considerado el primer poder del Estado, con las prerrogativas de dar las leyes que demanda el país y de fiscalizar la cosa pública. Se entiende que para cumplir a cabalidad estas funciones debe tener credibilidad, apoyarse en partidos sólidos y en personas probas y preparadas, lo que al parecer no está sucediendo y obliga a los partidos a un serio ejercicio de autocrítica y rectificación.
Algo huele mal aquí. En la democracia representativa y el Estado de derecho los partidos son los pilares de la estabilidad y la gobernabilidad democrática. Gran parte de los problemas que hoy sufrimos se deben precisamente a la carencia o fragilidad de los partidos, lo que permite el surgimiento de movimientos de última hora, en que algunos caudillos sin ninguna credencial democrática se erigen como los salvadores de la patria, sin tener doctrina, trayectoria ni equipos de trabajo.
El tema es muy serio y debe poner en alerta a los líderes de los partidos democráticos para poner orden en sus propias estructuras y dar a la ciudadanía un mensaje claro y firme de compromiso con el país. Lo que no se puede es seguir dando muestras de desorden, en que el Congreso aparece de espaldas al país, lo que ha dado lugar a reacciones extremas que proponen el cierre del Parlamento para convocar a nuevas elecciones.
El país está harto de globos de ensayo y de experimentos radicales. A pesar de todo, como lo evidencia la última encuesta de la Universidad de Lima, el 73% de peruanos prefiere la democracia antes que otras formas dictatoriales de gobierno, lo que demanda del Congreso y de los partidos ponerse a la altura de las circunstancias .
Para eso fueron elegidos, para apuntalar la gobernabilidad democrática y el desarrollo del país, y no para servir a intereses subjetivos de líderes irresponsables o caudillos antisistema. La obligación primaria hoy es poner orden en los partidos y propiciar consensos y alianzas con aquellos que creen en la democracia en torno a una agenda básica de gobernabilidad.
La convocatoria de la lideresa del PPC, Lourdes Flores, a retomar el diálogo dentro del Acuerdo Nacional, debe ser el primer paso en tal dirección con acuerdos concretos en puntos fundamentales: por ejemplo, el compromiso de no retorno a la Carta de 1979, retomar la reforma judicial ya avanzada y la reforma del Estado, el énfasis en la inclusión social y lucha contra la pobreza y el debate sin demagogia ni extremismos de los temas laborales en curso .
El Parlamento y los partidos políticos tienen aún que saldar una gran deuda con el país, para lo cual tienen que dar signos claros de querer cambiar las cosas, de sentarse a dialogar sobre una agenda básica respetando acuerdos y sin escandaletes ni griterías de plazuela.
Fuente: El Comercio – EDITORIAL
Fecha: Domingo 15 de junio de 2008